miércoles, 2 de mayo de 2012

Érase una mujer pegada a una mirada


 Artículo publicado originariamente en el diario La Comarca de Puertollano


De su voz acogedora y hospitalaria, salen palabras que se asemejan al algodón dulce. Mantengo una conversación telefónica con Cristina García Rodero, la prestigiosa fotógrafa puertollanense, y lo primero es lo primero. La felicito por el premio “Castellano-manchegos del mundo” que el gobierno regional le acaba de conceder en la categoría de artes plásticas (confieso que es la excusa de la que me sirvo para sonsacar, informativamente hablando, a Cristina) y ella, lejos de atribuirse algún mérito y demostrando esa humildad de acero que le caracteriza, me hace partícipe “de la enorme alegría que supone el que te valoren en tu tierra y más al lado de grandes como Pedro Almodóvar o Rafael Canogar”, como si ella no lo fuera –me digo para mis adentros-.
Le comunicaron la concesión de dicho premio, uno más en su brillante trayectoria, mientras estaba en Brasil; “me paso la vida de acá para allá, apenas veo a los míos” me comenta entre risas una mujer de mirada incansable, de vida itinerante y artífice de un bagaje creativo excepcional que le ha valido para obtener, entre otros, el Premio Nacional de Fotografía en 1996 y ser miembro de la prestigiosa agencia Magnum Photos. De repente, y como si se le hubiera pasado por alto un dato crucial, Cristina me dice: “Oye, por favor, refleja que la Federación de Empresarios de Puertollano también me ha dado otro premio”, de nuevo esa virtud atenta, ese saber estar que rezuma Cristina.

Descubriendo los nuevos lugares de peregrinación

Con España Oculta la fotógrafa reflejó un completísimo compendio en imágenes de las tradiciones populares y religiosas existentes en el territorio nacional. Si en aquel entonces, las manifestaciones religiosas y folclóricas fueron su objeto de estudio, en la actualidad los festivales de música y los eventos multitudinarios con una gran carga erótica y hedonista son el reclamo creativo para una Cristina cuyos ojos magnéticos atraen como limaduras de hierro todo lo que allí se ve. Involucrada hace tiempo en un proyecto denominado “Entre el cielo y la tierra”, que tiene como finalidad registrar estas nuevas expresiones de la cultura popular, Cristina pretende plasmar en sus fotografías cómo la diversión, el libre intercambio en todas sus vertientes o la diversidad se alean tanto en una dimensión humana como espiritual. Sus ojos que no paran de escrutar y husmear las aristas del mundo actual han fijado la mirada de Cristina para ofrecer en imágenes “la celebración del espíritu y del cuerpo”.



Y allí que se plantó en el FIB, el festival de música internacional que todos los veranos se desarrolla en Benicàssim y considerado el más representativo de la escena musical. “Son los lugares actuales de peregrinación” añade Cristina quien en un acertado ejercicio de reflexión histórica comenta: “si antes acudía miles de personas a un lugar sagrado ahora el aglutinante es la música”. Camuflada entre los “fibers”, agazapada en su cámara fotográfica hasta altas horas de la madrugada, Cristina captó la esencia del FIB reflejando los excesos de una generación que coquetea con las drogas de diseño y que ha encontrado en la música electrónica un nuevo vector de comunicación. Y gozó muchísimo en medio de la catarsis colectiva, a la caza de imágenes que sinteticen el espíritu de este tipo de manifestaciones. Su trabajo, junto con el de otros compañeros, pudo verse en una exposición fotográfica que organizó Rafael Doctor, calzadeño y Director del MUSAC de León. 

No fue el único festival al que Cristina acudió; también estuvo en el mítico Love Parade de Berlín y en el marciano “Burning Man”, un evento “rarísimo” –como ella lo califica- que se lleva a cabo en pleno desierto de Nevada (EE.UU.). Durante una semana, miles de personas variopintas participan de un libre intercambio “de todo tipo”.

Precisamente, esa eclosión de expresiones humanas multiformes y grapadas en la diversidad son las que cautivan a una Cristina; es el caso de eventos como el Orgullo Gay que pese a su apariencia plenamente festiva “posee una carga reivindicativa explícita”. En ediciones anteriores, la fotógrafa ha asistido a la celebración de este día ya sea en París o Madrid y adelanta que el próximo año viajará a Sao Paulo (Brasil) donde prevé que asistan unos 3 millones de personas. Un escenario apetitoso para Cristina que captará los momentos más representativos de ese multitudinario desfile de personas que se manifiestan para reclamar su derecho a una opción sexual libre.

Un verano en el polvorín de Georgia
Pero Cristina está condenada a dejarse llevar por su mirada y si sus ojos fijan la vista en acontecimientos que requieren de su presencia, no se lo piensa dos veces y deja todo lo que tenga entre manos. Así sucedió este verano; mientras pasaba unos días de descanso en una isla griega estalló el conflicto bélico en Georgia, un país muy vinculado a Cristina ya que en el año 1995 realizó un trabajo sobre la labor que desempeñaban Médicos Sin Fronteras. “Al enterarme de que Rusia estaba atacando Georgia, sabía que tenía que estar allí. Es un lugar al que quiero mucho” me dice la fotógrafa como queriendo encontrar una justificación musculosa que por sí sola no deje lugar a dudas de hasta qué punto la vertiente profesional de Cristina está por encima de su vida privada. Ella interpreta su labor como un compromiso incondicional con la contemporaneidad y cuando el ejército ruso comenzó a atacar Georgia, Cristina sintió el ataque en sus propias carnes. Viajó en calidad de periodista de guerra, acreditada por la agencia Magnum y junto a otros dos fotógrafos, hasta la capital de Osetia del Sur, región georgiana pero con ínfulas independentistas, y donde se cebó la ofensiva rusa. Confiesa Cristina que lo pasó bastante mal por los férreos controles del ejército ruso que en todo momento le decía qué debía fotografiar y qué no, “los controles eran tremendos” añade. Su relato es espeluznante, tanto que pone los pelos de punta: “aprendí a querer a Georgia y lo que allí me encontré fue una ciudad fantasma”. Destrucción, muerte y una atmósfera viciada de sufrimiento. Eso se encontró Cristina este verano en Georgia.

Convencida del poder que atesora la imagen para denunciar situaciones, “uno no puede cerrar los ojos a las cosas que están pasando”. Más razón que un santo tiene Cristina quien no ceja en su empeño de reflejar en imágenes lo que sucede en este complejo y resquebrajado mundo actual. “No sólo quiero contar lo excepcional; en mí hay una clara voluntad de trabajar y una decisión de que esto llegue a la gente. El conocimiento siempre genera respeto y desbanca a la ignorancia que es una mala compañía”. Palabras que exudan una verdad que no se presta a cuestionamientos.

Su visión de la situación académica de la fotografía
En sus más de 30 años de bagaje profesional, Cristina ha compatibilizado sus trabajos fotográficos con su ejercicio docente, impartiendo clases en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, unos problemas de salud en sus ojos le jugaron una mala pasada y Cristina ha tenido que dejar las clases lo cual no eclipsa su insaciable curiosidad por seguir descubriendo en imágenes todo lo que acontece en el mundo. 

 “La fotografía tiene una gran capacidad de comunicación” afirma Cristina. Sabe que la sociedad actual es el máximo exponente de ese fenómeno conocido por cultura de imágenes; a lo largo de este tiempo, ha calibrado el peso que la fotografía tiene para las generaciones actuales aunque se muestra desconcertada ante la posibilidad de que todo el caudal creativo que ella intuye larvado en los jóvenes universitarios se vaya al traste, “no existen muchas oportunidades para canalizar tanto potencial” deja entrever. Y aquí hace aparición su vena reivindicativa ya que reclama más compromiso de las administraciones públicas y así potenciar la formación fotográfica. Aplaude la próxima puesta en marcha de un Centro de Creación Audiovisual en Madrid y quiere que esta iniciativa espolee a otras comunidades “para que haya más sitios donde poder formarse. Se debe ampliar el espectro de concesión de becas así como hacer lo posible para que el trabajo de los nuevos fotógrafos sea visible en muestras y exposiciones, pero sobre todo lugares donde poder estudiar y exhibir”.

Le pregunto acerca de la situación académica que atraviesa la fotografía en Castilla-La Mancha. Sin dejar de lado esa diplomacia, como buena libra que es, Cristina hace un rápido repaso mental de los certámenes, concursos y Escuelas de Arte y Diseño existentes en nuestra comunidad. Por encima de todo alaba la Facultad de Bellas Artes ubicada en el campus de Cuenca pero cree necesario que Castilla-La Manca cuente con una titulación en Ciencias de la Información. Quizás no sabe que en el catálogo de nuevas titulaciones de la UCLM ya se contempla la próxima implantación de esta titulación, sólo que Cristina no entiende plazos sino de creatividad que merece materializarse; “es muy estimulante que en tu tierra haya espacios formativos suficientes”.
 
Ya me ha puesto al día esta mujer pegada a una mirada incansable y eternamente curiosa. Nos despedimos dándonos las gracias mutuamente y tras colgar me acude el siguiente pensamiento: “Yo, a Cristina, le daría mis ojos para que me enseñe aquellas cosas que no veo a simple vista”. Por suerte, están sus fotografías.

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