Visto lo visto, o cambiamos
radicalmente de modelo o esto se va al garete más temprano que tarde. Si algo
ha evidenciado la actual crisis económica es que supeditar el bienestar de la
sociedad a la irracional obcecación por un desmedido crecimiento, conlleva al
suicidio civilizatorio.
Europa se ha encaminado hacia una
espiral autodestructiva debido a la fijación de la draconiana austeridad. Transcurridos
unos meses desde que la canciller Merkel determinara la nueva consigna, que los
estados apliquen a rajatabla el déficit cero, ya comenzamos a ver las
desastrosas consecuencias de ese dogma de fe neoliberal: mutilación del estado
social conocido, asfixia de una población condenada al empobrecimiento progresivo
y gripaje de la economía real.
Basta ver las orejas al lobo, y
eso que éste ni siquiera ha asomado el hocico, para que surja un estéril debate
sobre la necesidad de adoptar políticas de “estímulo y crecimiento”. Más de lo
mismo, porque la medicina ante una metástasis de desregulación financiero-económica
no sirve de nada. O cambiamos del todo o las medias tintas sólo prolongarán una
agonía irreversible.
¿Es la respuesta el
decrecimiento? ¿El crecer menos para vivir mejor? El escritor Vicente Honorant
afirma lo siguiente: "El decrecimiento es una gestión individual y
colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas, energías
y espacios naturales".
Por vez primera en la historia de
la humanidad, existe una serie amenaza de colapso y derrumbe. A la crisis
global económica (pese a estar desigualmente distribuida, todo hay que
decirlo), se le suma una crisis de recursos energéticos y la más grave, una crisis
medioambiental monstruosa ¿O es que nadie se acuerda ya del calentamiento
global, cambio climático y demás secuelas que comienzan a sucederse en el
planeta?
El movimiento decrecentista
emergió hace ya una década. Sus seguidores e ideólogos suelen ver sus
aspiraciones como un trayecto a seguir más que una meta a cumplir. Abogan por
fijar un decrecimiento progresivo de los ritmos frenéticos de consumo, energético
y material hasta niveles razonables, que los mismos se engranen con la natural
gestión de los residuos y producción de los recursos para después continuar con
una etapa plana –acrecimiento le llaman, y que permita que las personas cubran
sus necesidades básicas.
El decrecimiento se ha ido
extendiendo por todas partes. Cada vez, son más las comunidades, grupos o
individuos que abrazan este credo articulado en la sostenibilidad y calidad de
vida. Hay gente como Carlos Taibo o Serge Latouche que han escrito mucho sobre
este movimiento y sus implicaciones.
Las 8 R
Latouche propone un sistema de
soluciones bajo el prefijo “re-”, que denota repetición o retroceso, a los que
ha nombrado como los pilares del decrecimiento o el modelo de las “8 R” y que
son los siguientes:
-Reconceptualizar. Encaminado
sobre todo a la nueva visión que se propone del estilo de vida, calidad de
vida, suficiencia y simplicidad voluntaria ya mencionadas.
-Reestructurar: Adaptar el
aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala
de valores, como por ejemplo, combinar ecoeficiencia y simplicidad voluntaria.
-Relocalizar: Es un llamamiento a
la autosuficiencia local con fines de satisfacer las necesidades prioritarias
disminuyendo el consumo en transporte.
-Redistribuir: Con respecto al reparto
de la riqueza, sobre todo en las relaciones entre el norte y el sur.
-Reducir: Con respecto al cambio del estilo de
vida consumista al estilo de vida sencilla y todas las implicaciones que esto
conlleva.
-Reutilizar y Reciclar: Se trata
de alargar el tiempo de vida de los productos para evitar el consumo y el
despilfarro.
Como toda corriente de
pensamiento advenediza, el decrecimiento precisa de seguir tomando cuerpo y
forma. Afortunadamente, la barbarie económica, la inoperancia de las medidas de
austeridad y el desplome del nivel de vida de mucha gente, está fermentando una
masa crítica de personas para hacer de este movimiento un futurible sistema
global. Por tanto, decrezcamos para vivir mejor. No queda otra.
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